Si se desea multiplicar plantas de tomate a partir de semillas recolectadas de los mismos frutos debe tenerse en cuenta que las mismas deben ser sometidas a un proceso de fermentación previa, con el fin de ayudar a su germinación. Esto se debe a que las semillas se encuentran normalmente rodeadas por una bolsa de gel, conocida como placenta, que inhibe su normal desarrollo hasta convertirse en plantas.
Este gel representa una respuesta de la naturaleza para evitar que las semillas del tomate germinen antes de tiempo en el interior del propio fruto, debido a que éste está constituido principalmente por agua y a que en su interior se registran temperaturas cálidas que pueden favorecer la hinchazón del embrión y la ruptura de la cubierta del grano.
En condiciones naturales, cuando el tomate se pudre, esa bolsa inhibidora se disuelve y la semilla queda libre para germinar. Para replicar este proceso de manera artificial, se puede seguir un sencillo método de fermentación que sólo requiere algunos frascos con tapa, filtros para café y toallas de cocina, y obviamente algunos tomates.
La fermentación de las semillas de tomate en un frasco ayudará a desintegrar la materia que las rodea y dificulta su germinación. Si no lo hace, las semillas aún podrían estar en condiciones de germinar pero, en lugar de tomar de cinco a siete días en brotar, podría tardar semanas o más tiempo.
El primer paso consiste en cortar los frutos para localizar las bolsas de gel que contienen a las semillas y extraerlas antes de depositarlas en un bol. No hay problema que queden algunos pocos restos mezclados con el gel y la simiente, ya que el proceso de fermentación se encargará de disolver toda la materia de tomate que pudiera haber quedado.
A continuación, se colocan las semillas de tomate en un frasco transparente al que se le agrega agua hasta hacer que la mezcla alcance la mitad del recipiente, para ayudar a que las semillas tengan espacio suficiente para poder asentarse.
Una vez puesta la mezcla en el frasco, se ubica el mismo en un lugar alejado de la luz solar directa durante cinco o siete días, esperando a que se complete el proceso de fermentación. Una manera de saber que las cosas van por buen camino es comprobar la generación y acumulación de gases en el interior del envase y el mal olor que la mezcla emite cuando se le retira la tapa.
Durante esta etapa se recomienda abrir el frasco una vez al día para dejar salir el gas. Otra labor diaria consiste en agitar suavemente el contenido para ayudar a que las semillas se desprendan más fácilmente de los restos de gel.
Pasados los cinco o siete días, cuando la mayoría de las semillas de tomate se han asentado en el fondo, se procede a verter todo en un colador para luego proceder a enguajar el contenido con agua fría hasta que las semillas queden completamente limpias.
Fermentación de semillas de tomate: Secado y almacenamiento
A continuación, se colocan unas cuantas hojas de toallas de papel en un plato y encima de ellas un filtro de café, sobre el cual se depositarán las semillas ya limpias. Las toallas servirán para absorber el exceso de humedad, evitando que los granos queden adheridos al filtro.
En esta instancia, las semillas de tomate deben dejarse secar durante siete días. Es importante que queden lo suficientemente secas para que no generen moho, se pudran, o incluso germinen en el propio recipiente donde se las guarde.
Una vez que se sientan secas al tacto, se las almacena en un envase hermético y en un lugar oscuro, etiquetándolo para evitar confusiones, hasta que se decida cultivarlas en el huerto de casa u obsequiarlas.